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1. El Martinismo es una teosofía. Esta teosofía está bien diferenciada de ciertos sistemas, tal como el que forjara la Sra. Blavatsky, fundadora, en 1875, de la Sociedad Teosófica, que no hay que confundir con la Teosofía, y a la que convendría reservar el término "teosofismo".
2. La teosofía es el conocimiento de la verdad, del camino y de la vida. Es todo uno. La teosofía es el conocimiento, que es la sabiduría de Dios. Y este conocimiento es experimental.
3. El Martinista es un teósofo. Y lo que es un teósofo nos lo va a explicar un autor anónimo:
"Se entiende por teósofo un amigo de Dios y de la sabiduría.
El verdadero teósofo no rechaza ninguna de las inspiraciones que Dios le envía para desvelarle las maravillas de sus obras y de su amor, a fin de que él inspire éste amor a sus semejantes mediante su ejemplo y sus consejos. Yo digo, al verdadero teósofo: todos los que se ocupan sólo de la teosofía especulativa, no son por ello teósofos, pero pueden esperar llegar a serlo si tienen un verdadero deseo, si persisten en la resolución que han tomado de imitar las virtudes del Reparador, y ponen en él toda su confianza. Un verdadero teósofo es por lo tanto un verdadero cristiano, así que se le puede convencer por su doctrina que es la misma. Esta doctrina está fundada sobre las eternas relaciones que existen entre Dios, el hombre y el Universo; y estas bases se encuentran afirmadas en los libros teogónicos de todos los pueblos, y sobre todo por las Sagradas Escrituras interpretadas siguiendo al espíritu y no a la letra.
Los teósofos, fundamentados en sus principios, no varían jamás, no discuten nunca; ellos intentan convencer por el razonamiento y por los hechos; si no pueden llegar a esto, guardan el más profundo silencio y lamentan los errores que confunden al espíritu de sus semejantes; ruegan a Dios que les ilumine y les prepare para recibir la verdad: pues la verdad conlleva por sí misma su evidencia, sólo es necesario que los espíritus estén preparados para recibirla.
Así vemos cómo los teósofos no hacen jamás sectarismo; no buscan nunca hacer proselitismo, y no se conducen nunca como sectarios; solamente se expresan de forma abierta en sus escritos, y cuando la ocasión se presenta en la causa de la verdad. Y, en efecto, ¿podemos llamar sectarios a los sabios que, en todos los tiempos, tienen probada la evidencia por sus discursos y por sus acciones, las cuales admiran verdadera-mente los amigos de Dios?
La unidad y la fijeza de sus principios deben también distinguirlos de los filósofos, cuya diversidad de opiniones inspira naturalmente la desconfianza de sus diferentes sistemas y lo mismo se puede decir sobre la palabra filosofía, de la que tanto se ha abusado hasta ahora. Pues si la filosofía, tomada en general, reafirma en su seno todas las verdades conocidas, también encubre los errores más peligrosos. Pidamos por los que se entregan inconsideradamente a la enseñanza de la verdad sin haber recibido la llama que sólo la sabiduría eterna puede dar cuando lo pedimos con sinceridad, sea para iluminarnos a cada uno en nuestras tinieblas, o sea para iluminar a continuación a nuestros semejantes, si esta sabiduría los juzga dignos de ella.
El teósofo es aquél, o aquella, que tiende a contemplarse en el espejo, a fin de reflexionar sobre la verdad, la vida y la sabiduría. Esta transformación se consigue por purificaciones sucesivas del cuerpo y del alma, de los cuerpos y de las almas; se consigue en la iniciación interna de la cual la iniciación externa es a menudo el símbolo, o más raramente el medio. Según esto nos purificamos separando el mal que está en nosotros y en el que Dios no está. Separándonos de esto, nos aproximamos al camino, a la verdad, a la vida, es decir a Dios, que es nuestro principio".
4. El motor de la iniciación, de la purificación, es el deseo.
"El primer principio de la ciencia que cultivamos es el deseo. En ningún arte temporal, ningún artesano jamás ha triunfado sin una asiduidad, un trabajo y una continuidad de esfuerzo para llegar a conocer las diferentes partes del arte que se propone abrazar. Sería por lo tanto inútil pensar que se puede conseguir la sabiduría sin deseo, pues la base fundamen-tal de ésta sabiduría no es nada más que un deseo de conocerla, que vence todos los obstáculos que se presentan para cerrarle la salida; y no debe parecer sorprendente que éste deseo sea necesario, pues es positivamente el pensamiento contrario a éste deseo el que aleja a todos los que buscan entrar allí" (1).
NOTAS:
(1) Instrucciones a los Hombres de Deseo. Documentos Martinistas, París 1.979, nº 1, pág. 1.