Itinerario - Orden Martinista & Sinárquica

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Itinerario

Doctrina Martinista

Por Robert Amadou
(Louis-Calude de Saint-Martin y el Martinismo)



Después de facilitar algunas explicaciones de la doctrina, destacaremos algunas características principales de la misma. Entre tanto, convenía explicar, nítidamente, la base de la reflexión Martinista. "Saint-Martin desea creer, escribió Matter
(14),  pero con inteligencia, a pesar de ser un filósofo místico". La teosofía de Saint-Martin no es una obra de la imaginación, una telaraña de afirmaciones inverificables, ni de devaneos místicos. Para alcanzar las cimas de la metafísica y de la espiritualidad, el pensador de Amboise, no se establece en el plano de las especulaciones abstractas, inaccesibles a lo vulgar. Él nos alcanza en nuestro nivel - en el nivel del hombre. De ahí nos reconducirá hasta Dios, del cual nos sentimos tan cruelmente apartados.

El itinerario de ese recorrido, he ahí lo que ahora necesitamos determinar con exactitud. Podremos constatar así la coherencia del sistema Martinista. Enseguida examinaremos, sucesivamente, las diferentes partes, que sin este trabajo preliminar correrían el riesgo de parecer desprovistas de fundamento. Esbocemos, pues, el esquema de una dialéctica Martinista.

El hombre, inicialmente, toma consciencia de su estado. Entendemos por lo que fue dicho anteriormente que el hombre se conoce tanto en espíritu como en cuerpo, o más explícitamente, constata en él y fuera de él manifestaciones variadas. En la medida en que estas manifestaciones le pertenecen o le afectan - y ¿cómo las conocería sin ser alcanzado por ellas? - y en la proporción en que estas manifestaciones le afectan, de alguna manera, ellas contribuyen a constituir su estado.

"Ahora bien, aquellos que no hayan sentido su verdadera naturaleza, sólo les pediría que se prevean contra los desprecios. Porque en lo que ellos llaman hombre, en lo que denominamos moral, en lo que llamamos ciencia, en fin, en lo que se podría llamar el caos y el campo de batalla de sus diversas doctrinas, ellos encontrarán tantas acciones dobles y opuestas, tantas fuerzas que se enfrentan y se destruyen, tantos agentes nítidamente activos y tantos otros nítidamente pasivos, y esto sin buscar fuera de su propia individualidad, tal vez, sin poder decir, siquiera, lo que nos compone, concordarían que, seguramente, todo en nosotros no es semejante y que no existimos sino en una perpetua diferencia, sea con nosotros, sea con todo lo que nos rodea y todo lo que podamos alcanzar o considerar. Sólo sería necesario, de forma inmediata, tratar con alguna ciencia estas diferencias para percibir su verdadero carácter y para colocar al hombre en su debido  lugar"
(15).

Saint-Martin invita, pues, al hombre a considerarse y a analizar con cuidado la realidad que haya alcanzado. Así el hombre descubrirá su verdadero lugar y percibirá la armonía del mundo de acuerdo con el famoso adagio de Delfos: "Conócete a ti mismo y conocerás el Universo y los Dioses". A invitación de Saint-Martin, procedamos pues, haciendo el examen que él preconiza, al examen del hombre. El simple examen de su presente situación le revela que ese estado se resume así: la coexistencia de elementos aparentemente contradictorios, ambos objeto de una experiencia igualmente exacta.

I - El hombre descubre en sí un principio superior. Observa su pensamiento, su voluntad, todos "estos actos de genio y de inteligencia que lo distinguen siempre por características impresionantes e indicios exclusivos"
(16). ¿Por qué, pues, el hombre puede apartarse de la ley de los sentidos? (17) "¿Por qué el hombre es dirigido por un maravilloso sentido de moral, infalible en su principio? No es sino porque es esencialmente diferente debido a su Principio intelectual (18) y es el único favorecido aquí abajo por esa sublime ventaja…" (19).

La consciencia de sí da al hombre una certeza primordial. "Cuando sentimos una sola vez nuestra alma, no podemos tener ninguna duda sobre sus posibilidades"
(20). Pero, lo que le surge, ante todo, es el sufrimiento necesario de sentirse exilado, es la nostalgia de una morada edénica. "El hombre, en verdad, en calidad de Ser intelectual, lleva siempre sobre los Seres corporales la ventaja de sentir una necesidad que le es desconocida" (21). El Filósofo reunió entonces esas múltiples pruebas, esos testimonios irrecusables y el espectáculo de su alma inspira a Saint-Martin esta revelación: "Ciudadano inmortal de las regiones celestes, mis días son el vapor de los días del Eterno" (22). No atribuyamos, de momento, ninguna importancia metafísica a este verso del Teósofo. En él no tenemos sino la afirmación de nuestra grandeza, a la cual Saint-Martin va a oponer el espectáculo de nuestra miseria.

II - Al mismo tiempo que reconoce la trascendencia de su espíritu, el hombre percibe el conjunto de males y de desgracias por los cuales está cercado. La realidad del sufrimiento se nos impone, en efecto, de la manera más trágica. Inútil es pintar el cuadro de las debilidades y de las desgracias de los hombres. Nadie los ignora porque nadie puede vivir sin tomar parte en ellas. "No existe una persona de buena fe, dice Saint-Martin, que no considere la vida corporal del hombre una privación y un sufrimiento continuo"
(23). La aproximación entre esta evidencia y esta certeza anteriormente adquirida se evidencia, al mismo tiempo, inevitable y sorprendente.

"Tanto es así que el estudio del hombre nos hace descubrir, en nosotros, relaciones con el primero de todos los principios y los vestigios de un origen glorioso, cuanto el mismo estudio nos deja percibir una horrible degradación"
(24). Saint-Martin explicó en su bellísimo análisis de la miseria espiritual, cómo la unión de estas dos conclusiones caracteriza nuestro estado. Para explicar un pasaje del Ecce Homo, el Filósofo pone en cuestión la ambivalencia del hombre, la dualidad de su naturaleza.

"La miseria espiritual, dice él, es el sentimiento vivo de nuestra privación Divina aquí en la tierra, operación que se combina: 1º con el deseo sincero de reencontrar nuestra patria; 2º con los reflejos interiores que el sol Divino nos irradia, algunas veces, la gracia de enviarnos hasta el centro de nuestra alma; 3º con el dolor que experimentamos cuando, después de haber sentido alguno de esos Divinos reflejos tan consoladores, recaemos en nuestra región tenebrosa para continuar aquí nuestra expiación"
(25). Retomando otra fórmula de Saint-Martin: "Existen seres que sólo son inteligentes; existen otros que sólo son sensibles; el hombre es al mismo tiempo uno y otro, he ahí la clave del enigma" (26).

La contradicción brota de este aspecto, de este doble aspecto de la existencia humana, como surge entre el deseo de saber y el fracaso frecuente de las tentativas para llegar a ello. "¡El hombre, un Dios! Verdad; ¿no es una ilusión? ¿Cómo el hombre, ese Dios, ese prodigio fantástico, definiría el oprobio y la debilidad?"
(27) El problema está presentado. Los datos son explícitos. El encuentro de dos experiencias, su simultaneidad, he ahí el punto de partida de la dialéctica Martinista. La tristeza de nuestro destino no facilitaría material para ninguna reflexión si no estuviese, justamente ahí, el espíritu para tomar conocimiento.

"El temor, dice Aristóteles, es el comienzo de la filosofía". Él entendía que la atención se dirigía así a los problemas que el vulgo ignora. Pero, el temor es también objeto de meditación. Por su propia existencia el temor o la angustia, si queremos, señala una oposición entre aquél que teme y aquello que es temido. Es la más directa réplica al materialismo. Impide considerar el mundo material como única realidad, autosatisfaciéndose, existiendo sólo, porque existe siempre el mundo y aquél que lo juzga. El mundo no puede ser una máquina nocturna, porque encontrará al hombre para observarlo girar. Descarte su asombro, que es indiscutible, y parecerá un nudo de contradicciones; forma parte también de la situación del hombre. Miseria humana, experiencia de todo momento. Grandeza del hombre que se sabe infeliz. Grandeza y miseria humana interpenetrándose. La primera permitiendo la segunda y la segunda llevando al espíritu a elevarse en la instrucción de la primera.

Que la ambivalencia de nuestro ser induce a dividir los seres y las cosas en dos clases hace que la creencia en un principio malo y poderoso, aunque sometido al Principio del Bien, haya surgido de la misma reflexión. Esto es cierto y confirma la importancia de esta consideración. Aquí sólo examinamos las aristas de la doctrina Martinista. Antes de todo, destinada a instruir al hombre sobre sí mismo, podrá, enseguida, enseñarle la Ciencia del Mundo y de Dios. Pero es, primeramente, el método de su propio estudio. El hombre, inicialmente, se interesa por él mismo. Si el auto-conocimiento permite abordar las pesquisas de las leyes que rigen el Universo, si este conocimiento nos lleva hasta Dios, no tiene menos por objeto la solución del problema del hombre. Es de este problema que es necesario, en primera instancia, ocuparse, porque él es, en esencia, el único. Nunca el hombre se apercibirá demasiado de esto.

Admitimos, pues, como base de la doctrina Martinista, esta contradicción, esta dualidad de la persona humana. ¿Será ahí que reside la originalidad de Saint-Martin? Absolutamente no. Numerosos fueron los pensadores que descubrieron en la condición humana un tema rico en enseñanzas. Aristóteles, después Platón, sabían bien que la esencia del hombre, su alma, era algo Divino. De San Pablo a Pascal, la lucha de las dos leyes de la carne y del alma constituyeron argumentos clásicos para la apología cristiana. "Siento en mis miembros, dice San Pablo, otra ley que se opone a la ley del Espíritu y me aprisiona en la ley del pecado que está en mis miembros"
(28).

"La grandeza del hombre es grande en la medida en que él se reconoce miserable", leemos en los Pensamientos
(29). El descubrimiento por el hombre de su caída y la consciencia de su filiación Divina, para explicar su estado actual, está expuesto en varias etapas de la historia de la filosofía. Y Saint-Martin no busca innovar en su doctrina. Al contrario, se felicita por reencontrar, sin cesar, las enseñanzas tradicionales o los descubrimientos de los filósofos. La tradición ocupa un lugar muy importante para él. Y, si de buen grado, citamos a Pascal, es porque su doctrina se mezcla, a veces, al pensamiento Martinista. El propio Saint-Martin señaló este parentesco intelectual: "Leed, nos dice en un texto poco conocido, los Pensamientos de Pascal… Él dice en términos propios lo que os dije y lo que publiqué: saber que el dogma del pecado original resuelve mejor nuestras dificultades que todos los reaccionarios filosóficos" (30). En efecto, llegamos, tanto con Saint-Martin como con Pascal, a resolver el enigma que el hombre trae consigo. Después de haber pintado al hombre y sutilmente haberlo analizado, compitió al Teósofo deducir, de acuerdo con su método, las consecuencias de los hechos que acababa de conocer. Vemos manifestar aquí su esfuerzo de síntesis. Saint-Martin conciliará los elementos opuestos que forman el hombre, mostrará que ellos pueden ser resueltos en una explicación. El método será siempre la profundización en estas contradicciones que constituyen el hombre.

III - "Por el sentimiento de nuestra grandeza, concluimos que no somos sino Pensamientos de Dios, al menos, Pensamientos de Dios
(31). "Por el sentimiento doloroso de la horrible situación que es la nuestra, podemos formar una idea del estado feliz en que estuvimos anteriormente".

"Quién se haya infeliz por no ser rey, dice Pascal,  sino un rey destronado"
(32). Y Saint-Martin: "Si el hombre no tiene nada es porque lo tenía todo" (33).

De una parte, la certeza de nuestro origen sublime, quiere que nosotros tengamos la intuición de nuestra facultad esencial o quiere que la deduzcamos de nuestra miseria actual; de otra parte, esa propia miseria. Sólo la caída puede explicar esa posición, ese pasaje. Sólo una doctrina de la caída explicará el hecho de haber caído el hombre. Puesto que, tanto el estado primordial de felicidad es una certeza que adquirimos y que la miseria en la cual nos debatimos es una realidad no menos evidente, es preciso admitir una transición de un estado hacia el otro. Tal es la caída.

Sugerimos un análisis más sutil del sublime estado que tornaba al hombre tan grande y tan feliz. Comprendemos como Saint-Martin que este podía nacer del conocimiento íntimo y de la presencia continua del buen Principio. Encontraremos la tercera norma de lo que se puede llamar dialéctica Martinista. Podemos entonces resumir el desarrollo de esa dialéctica utilizando las propias palabras del Teósofo:

1. "¡El hombre es un Dios! Verdad".
2. "¿Cómo el hombre, este Dios, este prodigio extraordinario, se debilitó en el oprobio y en la flaqueza?".
3. "¿Por qué este hombre se debilita, actualmente, en la ignorancia, en la debilidad y en la miseria, si no es porque está separado de este principio que es la única luz y el único apoyo de todos los Seres?
(34)

Tales son los principios. Tal es el camino por el cual el hombre llega a la comprensión de su estado. Se puede construir sobre este esquema la doctrina Martinista completa. Es el fundamento psicológico indispensable de las múltiples explicaciones que inspirará el pensamiento del Filósofo Desconocido. ¿No está claro de aquí en adelante el destino del hombre? "Encadenado sobre la tierra como Prometeo"
(35), exiliado de su verdadero reino, ¿qué meta podría proponer sino la de reconquistar y la de reintegrarse a su patria?

Y el medio de reencontrar el paraíso perdido, ¿no lo poseemos también? Sabemos cómo fue abatido el hombre. Ahora bien, la mera descripción de ese Edén nos mostrará que está dispuesto "con tanta sabiduría que, retornando sobre sus pasos, por los mismos caminos, ese hombre debe estar seguro de recuperar el punto central en el cual sólo puede gozar de alguna fuerza y de algún reposo"
(36). Y la teoría de la Reintegración debe, necesariamente, girar en torno de la figura central del Reparador. Es todo el Martinismo, magníficamente coherente y sólido, que se desarrolla en el entendimiento a partir de las intuiciones fundamentales.


NOTAS:

(14) Matter: Saint-Martin, el Filósofo Desconocido, pág. 219
(15) El Hombre Nuevo
(16) Tableau Natural, 1900, I. pág. 6. "El hombre, a pesar de su degradación fatal, trae en sí siempre señales evidentes de su origen Divino". J. de Maestre. Les Soirées de Saint-Pettersbourgh. VII Palestras.
(17) Errores, I, 51.
(18) Ibid. I, 55.
(19) Ibid. I, 61
(20) Correspondencia, pág. 31
(21) Ibid
(22) Stances, I, pág. 19.
(23) Errores, 1782 I, pág. 31
(24) Tableau Natural, V, 1900, pág. 53.
(25) Correspondencia, pág. 36, 37. El texto de Ecce Homo que Saint-Martin aclaró en esta carta está situado en la pág. 56.
(26) Errores, I, pág. 49.
(27) Stances, 5, pág, 20.
(28) Romanos, VII, 23.
(29) Edición Brunschwieg n 165.
(30) Carta de 27 Fructidor, publicada por "L'Initiation" en Febrero de 1912. Tomemos aquí el ejemplo de Pascal porque el propio Saint-Martin nos invita a hacerlo. Pero, este procedimiento que le es común, es el mismo del cristianismo. Según, por ejemplo, Calvin: Institution Chretienne (Edición Lefranc, Paris, Champion, 1911, pág. 32) que J. de Saussure resume así: "La revelación de Dios divide de este modo el alma en dos convicciones opuestas: la de su dignidad en cuanto a sus propios orígenes y su fin supremo, y la de la indignidad en cuanto a su estado actual" (En la escuela de Calvin, Paris. "Je sers", 1930, pág. 62).
(31) Ecce Homo, 2, pág. 19
(32) Pensamiento. Edición Brunschwieg, 409.
(33) Errores, 1782, pág. 30.
(34) Errores, 1782, pág. 31
(35) Tableau Natural, 1900, pág. 57.
(36) Errores, 1782, pág. 37, 38.




 
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